miércoles, 10 de agosto de 2016

La España real.


No nos cansamos de ver y escuchar durante estas semanas los “avances” que la economía española está viviendo. La mejora de los datos macro económicos, del desempleo registrado, los productos interiores y las tasas (previstas) de crecimiento… una serie de números, de grandes o grandísimos números, que intentan, sin duda, vender el camino de la recuperación económica como un hecho incontestable que salta a la vista de la ciudadanía.

El debate sobre si esto es así o no sería muy amplio y desbordaría los límites de estas escuetas líneas sobre el tema. Si hubiera un foro para hablar con tranquilidad, y seriedad, sobre este tema, necesitaríamos jornadas y jornadas de trabajo para realizar un análisis más pormenorizado de estos datos. Para empezar, y solo lo apunto, habría que iniciar la discusión diciendo si hemos hecho algo, y no estoy de broma, para que la recuperación llegue. Me explico: ¿se han tomado medidas para cambiar el sistema productivo español –potenciar nuevos empleos en industria, investigación, desarrollo, energías renovables, etc- o, por el contrario, se ha devaluado el coste de las y los trabajadores en los mismos empleos que ya teníamos –y que nos han conducido al final a este escenario?- ¿Se han tomado medidas serias para hacer más justo y equitativo nuestro sistema impositivo y adaptarlo a la media, no a la cabeza, de la Unión Europea o, justo al revés, se ha potenciado las partes más injustas de los actuales impuestos? ¿Se construye un futuro digno para que la juventud pueda anidar en España y no busque vientos más fríos o se ha potenciado la “movilidad exterior”? ¿Se analizan los datos del paro de manera crítica y con todas sus variables sobre la mesa o, al fin y al cabo, solo nos importa que el dato arroje una bajada que poder trasladar y vender de plató en plató?

Pero, en realidad, la idea que tenía al escribir este pequeño artículo es la de dar algunos datos sobre la vida de las y los españoles de a pie. Sí, esa inmensa mayoría que no invierte en la bolsa, no sabe si el déficit subió más o menos y no termina de ver, ni entender, de qué manera afectan todas esas grandes cifras, supuestamente en mejoría porque así nos lo recuerdan los medios de comunicación, a su vida diaria.

Escuchamos que el paro se reduce, tanto el registrado como la Encuesta de Población Activa  -método validado en la UE para trasladar la información sobre el desempleo. Pero en nuestro alrededor vemos que nuestros hijos e hijas siguen sin poder independizarse o iniciar un proyecto de vida porque sus nóminas son miserables, sus contratos duran unos días y, en no pocas ocasiones, no son  a jornada completa (lo que no significa que no trabajen una jornada completa). Vemos, por tanto, que esa contratación sirve para reducir las estadísticas y crear una nueva figura: el trabajador pobre. Pero no sirve para mucho más. Más del 92% de los contratos son temporales, según los últimos datos de la bajada del paro, y cuidado porque de ese 8% “indefinidos” el 60% no llegarán al año. Prácticamente nadie encuentra un empleo que le sirva para pensar en mucho más que pasar el próximo mes.

También se nos habla sistemáticamente de un mantra neoliberal impuesto: la reducción del déficit. Una reducción que tiene tantos matices que podría acercarse, dicha afirmación, a ser una mentira. Pero no valoremos eso ahora, sino qué sucede con la dicha supuesta reducción (recordar que tras años de bajar el déficit estamos en el porcentaje más alto en relación con el PIB y que los partidos que más fuertemente apuestan por esta teoría económica –que no verdad absoluta económica- no cumplen donde gobiernan, como norma.) Se reduce el déficit a costa de nuestros servicios públicos, los que usamos esa mayoría que no encuentra un trabajo estable. Sanidad, educación, dependencia o todos y cada uno de los servicios sociales. Camas cerradas en hospitales, eso sí es fácil de entender y comprobar por todo el mundo, peor situación de protección social a las y los desempleados y sus familias o aumento de tasas universitarias y bajadas de políticas de integración, políticas activas de empleo… Esa es la reducción del déficit traducida a la ciudadanía. Por no hablar de lo que sufriremos en el futuro cuando veamos que no hay huchas de las pensiones, ni aportación suficiente de los trabajadores debido a sus bajísimos salarios, en poco tiempo.

La gente de a pie hoy está en mayor porcentaje en riesgo de exclusión social, cuando no en la pobreza. ¿Qué porcentaje de niñas y niños se encuentran en esta situación? ¿Cuántas familias están en riesgo de exclusión social? Por no abrir el abanico y preguntar ¿cuánta gente no puede mantener su hogar caliente o tiene serios problemas para llegar a fin de mes o mantener una dieta adecuada? Estas preguntas no se las hacen quiénes manejan los grandes números o sí, pero de poco sirve. Por cierto, en torno a un cuarto de la población está en riesgo de pobreza; el 35% de los niños y niñas de nuestro país está en riesgo de exclusión social y no puede, por ejemplo, hacer frente a una reposición de gafas inesperada; prácticamente el 80% de las personas en desempleo contaban con la protección del Estado hace apenas 6 años y, a día de hoy, roza ya el 50% -y descendiendo.- Sin duda, la España real no es la España que nos enseñan en las noticias.


No estamos creciendo mientras nuestras familias no crezcan. No hay recuperación si la ciudadanía no se recupera y por favor, no repitan que es que todavía no lo está notando el ciudadano de a pie porque tiene cierta guasa que quiénes menos han notado  la crisis –las élites-, o más recursos tenían para sobrellevarla, sean los primeros que tengan que notar que salimos de ella. Es preciso un cambio completo, un giro de 180º para saber que avanzamos en una dirección óptima para todos y que prioriza las necesidades de la mayoría social y para ello  necesitamos un cambio de políticas a todos los niveles. Con más de los mismos tendremos más de lo mismo.

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