Yo, sinceramente, veo la campaña electoral como
un momento de descanso. Cierto es que viajaremos a ciertos actos, veremos a
gente que, en muchas ocasiones y por desgracia, pasamos mucho tiempo sin ver
(prácticamente de elecciones en elecciones). Nos llamará la radio más de lo
habitual, o eso esperamos. Escribiremos notas y realizaremos entrevistas. Cada
minuto estaremos atentos a los perfiles de las redes sociales, a las encuestas
nuestras (y a las de las y los compañeros que se baten el cobre en cada pueblo
y ciudad). Nos haremos fotos, las menos posibles en casos de cierta alergia al
retrato como el mío, y querremos que todo el mundo nos oiga, nos escuche explicarle
a cada vecino y vecina que tenemos las mejores ideas. En eso dejaremos
prácticamente todo el tiempo que no estemos durmiendo o trabajando durante
estos quince días.
Pegaremos carteles, algunos con personajes más
guapetes que otros, colgaremos pancartas y banderolas. Compartiremos, al fin y
al cabo, horas y horas con lo que se convierte en una familia en estos días.
Porque, además, tendremos que embuchar sobres y cargarlos, no solo con toda la
ilusión sino con compromisos electorales por escrito –que deben ser sagrados-
papeletas, sobres blancos y sepias, etc…
Llamaremos por teléfono sin parar preguntando si
está listo todo aquello que pensamos que necesitamos que, con el paso del
tiempo, se ha hecho imprescindible en una campaña aunque, en la práctica, nadie
sabe qué valor real tiene en un resultado. Las compañeras y compañeros
utilizarán el sms, whatsapp, Facebook, twitter, telegram y, de vez en cuando,
alguna llamada de las que exigen articular palabra para comunicarse para
pedirte, por favor, que les lleves, les traigas, les diseñes, les escribas o
les cantes (sí, cada uno tenemos nuestros pequeños secretos).
Y en algo de eso, en el diseño, echaremos otro
buen rato sin duda. Fotos, vídeos y música a toda prisa poniendo a los pequeños
diseñadores que llevamos dentro al servicio de la causa o, en otros casos,
traeremos por el camino de la amargura a quien “maneja bien el ordenador.”
Como digo, todo el tiempo de arriba para abajo.
De izquierda a derecha, o viceversa. Entre lemas y spots, entre números que
sueñan nuestras cabezas. Entre apoyos y alegrías.
Pero no tenga nadie la menor duda: el 25 de mayo
comienza el trabajo otra vez y terminan esas vacaciones que describo. Tras la
campaña, como antes de ella, está la verdadera labor, el esfuerzo duro de gestionar
el compromiso adquirido con la ciudadanía y de llevarlo a cabo, sea tu posición
la que sea en los futuros ayuntamientos o cortes que se formen tras las
votaciones. Ese trabajo justifica estos quince días y, sin él, no tendrían
sentido ni servirían para nada más que para vivir una fiesta de marketing
electoral. Cumplir lo que debatiste en una asamblea programática abierta,
escribiste en el ordenador, imprimiste en la imprenta, embuchaste en un sobre
muy completito y llevaste a la puerta de cada convecino tuyo es, y tiene que
ser, el verdadero trabajo, el que reciba el máximo esfuerzo, el que te preocupe
y te quite el sueño. Lo demás, las elecciones.
El trabajo que el pueblo espera de ti dura cuatro
años y tiene 15 días de asueto.
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