viernes, 23 de marzo de 2012

Sobre la tutela de la Ley Electoral



La Ley Electoral española es, a juicio de mucha gente, uno de los grandes lastres de nuestra democracia –aunque no el único.- Dentro de los muchos peros, déficits, errores, etc… que nuestro sistema tiene, el que el ciudadano piense antes de depositar su voto que su acción no sirve para nada, es, sin duda, una base muy sólida para dudar de él.

Y aunque esta idea es clara y flota en el ambiente electoral desde hace muchos años, ver el gráfico del reparto de escaños de las últimas elecciones asturianas ha despertado, de nuevo, esa sensación de “timo electoral.” ¿Cómo es posible que unos votos supongan 16 escaños y más de un tercio de los mismos solo 4?
Las explicaciones a por qué sucede esto se pueden dividir en dos: las técnicas y las políticas (aunque avanzo que ninguna logra convencerme). Quede claro también que no es  el objeto de este comentario el análisis de por qué se utiliza el sistema actual. Nos pueden explicar, dicho lo anterior, que, en el caso de unas elecciones generales, las circunscripciones provinciales hacen que unas provincias estén sobrerrepresentadas en relación con otras. O que la Ley D´Hont actúa de esta u otra manera favoreciendo mayorías. Políticamente asegurarán, los defensores de este sistema electoral,  que esa misma ley da estabilidad, sujeta a los nacionalismos para que no hagan no sé qué, etc…

Pero, en realidad, lo único que esconde nuestro sistema electoral es una tutela (aceptaría cambiar el término por modelación) del sentir general para que, junto a otras artimañas, todo cambie para que continúe siempre igual.

Nuestro sistema ha conseguido, y no los votos de la gente, que el PP tenga hoy mayoría absoluta en el congreso (por citar un ejemplo tremendamente actual). Esto ayuda a la estabilidad, sí, pero solo a corto plazo, ya que los indignados ante el sistema crecen y llegará el momento que no se conformarán con el cambio que el sistema ofrece (vuelta del PSOE)

No podemos seguir permitiendo que en innumerables zonas del Estado la gente te diga eso de que “para qué voy a votar a tal partido, eso es tirar el voto”. Esta expresión es durísima en democracia pero lo peor es que, sin ser del todo cierta porque todos los votos tirados pueden servir para cambiar, la dificultad de que se pudiera cambiar algo votando a esas terceras o cuartas o quintas opciones es tan grande que algo de cierto encierran. Esto, además, irá creando un recelo, aún mayor del que ya existe hoy, hacia los políticos electos ya que, en muchas ocasiones, lo son con menos votos de los que obtuvieron anteriores cargos electos o, en la mayoría de ocasiones, con un voto menos fiel y convencido de que eres la mejor opción. En muchos casos puede ser un voto a lo menos malo o contra otro partido.

Por lo tanto es necesaria una reforma de la Ley Electoral que dote al parlamento de una representación real de la sociedad española que tenemos. Esto, en ningún caso, supondría un problema que no pudiéramos solucionar y, por el contrario, conseguiríamos que más gente estuviera satisfecha con su democracia –al menos en este aspecto- y aumentaría el respeto a los gobiernos al entenderlos como emanados de cierta justicia electoral. Otro debate, que se podría abrir en ese caso, es el de la representatividad y las formas y maneras en que deberíamos prestar nuestra voz y voto a un representante político.

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