domingo, 22 de diciembre de 2013

Pero, ¿Qué ven mis ojos?




Familias sin hogar (ni casa) mientras los pisos están vacíos. Bancos, cajeros automáticos y soportales poblados de personas, de seres humanos que no disponen, a día de hoy, no ya de casa sino de un simple albergue. Ancianos cuya pensión no llega, tras acoquinar las medicinas con sus repagos, la luz, el agua y la comida que un octogenario pueda consumir, para comprar un simple regalo a sus nietos por Navidad o cumpleaños. Viudas cuyo fondo de cartera no alcanza, ni siquiera, para las medicinas que les son necesarias para vivir. Treintañeros postrados en las farolas de las plazas mayores de nuestros pueblos, consumiendo su vigorosidad y fuerza en nada mientras sus hijas e hijos crecen de la caridad de las familias, quién las tiene, o de los servicios sociales y ONGS.  Listas de espera sanitarias que  superan, en algunos casos, la esperanza de vida de algunas personas. Medicinas, complementos y potingues “necesarios” para la ciudadanía fuera de la carta de servicios y, por tanto, de la subvención, hoy más pequeña, del Estado. Casas congeladas cuyos moradores, al menos por ahora, tienen que elegir entre comer y calentarse. Detenidos por gritar contra las injusticias palpables y que están a la vista de todos. Colas interminables pero, en este caso, no para ver la última de Sean Penn sino para recibir un cuenco de comida o sellar, como si sirviera para algo más que para mantener una ficticia posibilidad de empleo, la arrugada “cartilla del paro.”

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