La Ley Electoral española es, a
juicio de mucha gente, uno de los grandes lastres de nuestra democracia –aunque
no el único.- Dentro de los muchos peros, déficits, errores, etc… que nuestro
sistema tiene, el que el ciudadano piense antes de depositar su voto que su
acción no sirve para nada, es, sin duda, una base muy sólida para dudar de él.
Y aunque esta idea es clara y
flota en el ambiente electoral desde hace muchos años, ver el gráfico del
reparto de escaños de las últimas elecciones asturianas ha despertado, de
nuevo, esa sensación de “timo electoral.” ¿Cómo es posible que unos votos
supongan 16 escaños y más de un tercio de los mismos solo 4?
Las explicaciones a por qué
sucede esto se pueden dividir en dos: las técnicas y las políticas (aunque
avanzo que ninguna logra convencerme). Quede claro también que no es el objeto de este comentario el análisis de
por qué se utiliza el sistema actual. Nos pueden explicar, dicho lo anterior,
que, en el caso de unas elecciones generales, las circunscripciones
provinciales hacen que unas provincias estén sobrerrepresentadas en relación
con otras. O que la Ley D´Hont actúa de esta u otra manera favoreciendo
mayorías. Políticamente asegurarán, los defensores de este sistema electoral, que esa misma ley da estabilidad, sujeta a
los nacionalismos para que no hagan no sé qué, etc…
Pero, en realidad, lo único que
esconde nuestro sistema electoral es una tutela (aceptaría cambiar el término
por modelación) del sentir general para que, junto a otras artimañas, todo
cambie para que continúe siempre igual.
Nuestro sistema ha conseguido, y
no los votos de la gente, que el PP tenga hoy mayoría absoluta en el congreso
(por citar un ejemplo tremendamente actual). Esto ayuda a la estabilidad, sí, pero
solo a corto plazo, ya que los indignados ante el sistema crecen y llegará el
momento que no se conformarán con el cambio que el sistema ofrece (vuelta del
PSOE)
No podemos seguir permitiendo que
en innumerables zonas del Estado la gente te diga eso de que “para qué voy a
votar a tal partido, eso es tirar el voto”. Esta expresión es durísima en
democracia pero lo peor es que, sin ser del todo cierta porque todos los votos
tirados pueden servir para cambiar, la dificultad de que se pudiera cambiar
algo votando a esas terceras o cuartas o quintas opciones es tan grande que
algo de cierto encierran. Esto, además, irá creando un recelo, aún mayor del
que ya existe hoy, hacia los políticos electos ya que, en muchas ocasiones, lo
son con menos votos de los que obtuvieron anteriores cargos electos o, en la
mayoría de ocasiones, con un voto menos fiel y convencido de que eres la mejor
opción. En muchos casos puede ser un voto a lo menos malo o contra otro
partido.
Por lo tanto es necesaria una
reforma de la Ley Electoral que dote al parlamento de una representación real
de la sociedad española que tenemos. Esto, en ningún caso, supondría un
problema que no pudiéramos solucionar y, por el contrario, conseguiríamos que
más gente estuviera satisfecha con su democracia –al menos en este aspecto- y
aumentaría el respeto a los gobiernos al entenderlos como emanados de cierta
justicia electoral. Otro debate, que se podría abrir en ese caso, es el de la
representatividad y las formas y maneras en que deberíamos prestar nuestra voz
y voto a un representante político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario