Cada minuto es una soga más, un candado nuevo, otra puerta
que se cierra. Cada minuto, compuesto de sus sesenta persianas que cicatrizan,
intervienen a un corazón que se suicida, una y otra vez. El niño, el adulto y
el viejo comparten piso en el tórax, cada vez peor ventilado y oscuro, de su
mismo ser. Las ideas acertadas o absurdas que puedan tener no alcanzan a ver la
luz y quedan vagando por el limbo de un cuerpo que sigue envejeciendo. Los
proyectos marchitados sirven de abono para otros nuevos que, con toda
seguridad, se amustiarán. El vigor que encerraron sus piernas languidece y no
pasan de ser pequeños impulsos, de desconocido origen, que le sirven para dar
los pasos más tristes. Y ante todo lo más deprimente para algunos es que no ceja en su empeño por cambiar el
mundo mientras es feliz sin obtener ningún resultado.
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