No nos cansamos de ver y escuchar
durante estas semanas los “avances” que la economía española está viviendo. La
mejora de los datos macro económicos, del desempleo registrado, los productos
interiores y las tasas (previstas) de crecimiento… una serie de números, de
grandes o grandísimos números, que intentan, sin duda, vender el camino de la
recuperación económica como un hecho incontestable que salta a la vista de la
ciudadanía.
El debate sobre si esto es así o
no sería muy amplio y desbordaría los límites de estas escuetas líneas sobre el
tema. Si hubiera un foro para hablar con tranquilidad, y seriedad, sobre este
tema, necesitaríamos jornadas y jornadas de trabajo para realizar un análisis
más pormenorizado de estos datos. Para empezar, y solo lo apunto, habría que
iniciar la discusión diciendo si hemos hecho algo, y no estoy de broma, para
que la recuperación llegue. Me explico: ¿se han tomado medidas para cambiar el
sistema productivo español –potenciar nuevos empleos en industria,
investigación, desarrollo, energías renovables, etc- o, por el contrario, se ha
devaluado el coste de las y los trabajadores en los mismos empleos que ya
teníamos –y que nos han conducido al final a este escenario?- ¿Se han tomado
medidas serias para hacer más justo y equitativo nuestro sistema impositivo y
adaptarlo a la media, no a la cabeza, de la Unión Europea o, justo al revés, se
ha potenciado las partes más injustas de los actuales impuestos? ¿Se construye
un futuro digno para que la juventud pueda anidar en España y no busque vientos
más fríos o se ha potenciado la “movilidad exterior”? ¿Se analizan los datos
del paro de manera crítica y con todas sus variables sobre la mesa o, al fin y
al cabo, solo nos importa que el dato arroje una bajada que poder trasladar y
vender de plató en plató?
Pero, en realidad, la idea que
tenía al escribir este pequeño artículo es la de dar algunos datos sobre la
vida de las y los españoles de a pie. Sí, esa inmensa mayoría que no invierte
en la bolsa, no sabe si el déficit subió más o menos y no termina de ver, ni
entender, de qué manera afectan todas esas grandes cifras, supuestamente en
mejoría porque así nos lo recuerdan los medios de comunicación, a su vida
diaria.
Escuchamos que el paro se reduce,
tanto el registrado como la Encuesta de Población Activa -método validado en la UE para trasladar la
información sobre el desempleo. Pero en nuestro alrededor vemos que nuestros
hijos e hijas siguen sin poder independizarse o iniciar un proyecto de vida
porque sus nóminas son miserables, sus contratos duran unos días y, en no pocas
ocasiones, no son a jornada completa (lo
que no significa que no trabajen una jornada completa). Vemos, por tanto, que
esa contratación sirve para reducir las estadísticas y crear una nueva figura:
el trabajador pobre. Pero no sirve para mucho más. Más del 92% de los contratos
son temporales, según los últimos datos de la bajada del paro, y cuidado porque
de ese 8% “indefinidos” el 60% no llegarán al año. Prácticamente nadie
encuentra un empleo que le sirva para pensar en mucho más que pasar el próximo
mes.
También se nos habla
sistemáticamente de un mantra neoliberal impuesto: la reducción del déficit.
Una reducción que tiene tantos matices que podría acercarse, dicha afirmación,
a ser una mentira. Pero no valoremos eso ahora, sino qué sucede con la dicha
supuesta reducción (recordar que tras años de bajar el déficit estamos en el
porcentaje más alto en relación con el PIB y que los partidos que más
fuertemente apuestan por esta teoría económica –que no verdad absoluta
económica- no cumplen donde gobiernan, como norma.) Se reduce el déficit a
costa de nuestros servicios públicos, los que usamos esa mayoría que no
encuentra un trabajo estable. Sanidad, educación, dependencia o todos y cada
uno de los servicios sociales. Camas cerradas en hospitales, eso sí es fácil de
entender y comprobar por todo el mundo, peor situación de protección social a
las y los desempleados y sus familias o aumento de tasas universitarias y
bajadas de políticas de integración, políticas activas de empleo… Esa es la
reducción del déficit traducida a la ciudadanía. Por no hablar de lo que
sufriremos en el futuro cuando veamos que no hay huchas de las pensiones, ni
aportación suficiente de los trabajadores debido a sus bajísimos salarios, en poco
tiempo.
La gente de a pie hoy está en
mayor porcentaje en riesgo de exclusión social, cuando no en la pobreza. ¿Qué
porcentaje de niñas y niños se encuentran en esta situación? ¿Cuántas familias
están en riesgo de exclusión social? Por no abrir el abanico y preguntar
¿cuánta gente no puede mantener su hogar caliente o tiene serios problemas para
llegar a fin de mes o mantener una dieta adecuada? Estas preguntas no se las
hacen quiénes manejan los grandes números o sí, pero de poco sirve. Por cierto,
en torno a un cuarto de la población está en riesgo de pobreza; el 35% de los
niños y niñas de nuestro país está en riesgo de exclusión social y no puede,
por ejemplo, hacer frente a una reposición de gafas inesperada; prácticamente
el 80% de las personas en desempleo contaban con la protección del Estado hace
apenas 6 años y, a día de hoy, roza ya el 50% -y descendiendo.- Sin duda, la
España real no es la España que nos enseñan en las noticias.
No estamos creciendo mientras
nuestras familias no crezcan. No hay recuperación si la ciudadanía no se
recupera y por favor, no repitan que es que todavía no lo está notando el
ciudadano de a pie porque tiene cierta guasa que quiénes menos han notado la crisis –las élites-, o más recursos tenían
para sobrellevarla, sean los primeros que tengan que notar que salimos de ella.
Es preciso un cambio completo, un giro de 180º para saber que avanzamos en una
dirección óptima para todos y que prioriza las necesidades de la mayoría social
y para ello necesitamos un cambio de
políticas a todos los niveles. Con más de los mismos tendremos más de lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario