El juego del lenguaje es, como
todos podemos imaginar, una de las grandes luchas que día a día se libran en
muchos campos y, cómo no, en la política también. Hay algunas expresiones que,
sin saber ni cómo ni cuándo, asumimos y van dejando un poso que hacen pensar
sobre ellas cosas distintas a lo que, en la más cruda realidad, son.
Este caso puede estar sucediendo
con respecto al término “copago”. En estos días vemos como los gobernantes de
las comunidades autónomas y el gobierno estudian “fórmulas de copago” para
reducir el déficit de la sanidad y, por ende, el del Estado. Suscitaría mucho
debate todo lo que encierra este párrafo aunque, en esta ocasión, la idea es
hablar del término y su uso perverso. Bien es cierto que no menos hiriente es
todo lo demás y que, por ejemplo, usar el término déficit aplicado a la sanidad
es, cuanto menos, vergonzoso. Todos sabemos que curarnos de una grave
enfermedad o hacernos la vida más llevadera de una dolencia crónica es caro y
supone, para la seguridad social, más de lo aportado. Se llama solidaridad
entre los trabajadores y es otro término que muchos quieren desterrar.
Volvamos al asunto. Para
conseguir los objetivos políticos basados en que la ciudadanía entregue dinero
en metálico cuando va al centro de salud, se utiliza el término copago. De esta
manera estamos “dando a otra persona o entidad lo que se le debe” entre el
Estado y nosotros. Más la seguridad social, nos comentarán, pero entre ambos al
fin y al cabo. Por lo tanto se deja entrever, de manera muy poco disimulada,
que en vez de seguir asistiendo a la consulta del médico “gratis”, lo haremos
pagando una mínima cuota o tasa (esto suele ir acompañado de una retahíla de
argumentos de lo más perentorios, falsos y estrambóticamente rebuscados). La
idea cala y el término ayuda porque pone letras a esa situación: pago entre
ambos o copago.
El problema de toda esta
cuestión, y no se hace imprescindible un sesudo análisis de la situación para
llegar a la conclusión siguiente, es que la sanidad ya la pagamos entre todos.
Dicho de una manera más directa y clara: al médico le pagamos nosotros, el
centro lo construyeron con nuestro dinero –aprovecho para decir aquí que
incluso en algunos pueblos de nuestra querida Castilla la Mancha, ni siquiera ha
construido el SESCAM un ambulatorio y viven de prestado- y todo lo que allí
vemos no sale de una barita mágica, ni de un buen samaritano, ni de la
exportación de tales o cuales productos. Todo lo que allí vemos lo hemos pagado
nosotros.
Por lo tanto a la acción, si
llegara a materializarse que, por desgracia, es plausible, de pagar un euro
cuando vayamos a consulta no se le podría llamar copago. Siendo más fieles a la
lengua de Cervantes podríamos decirle “repago”, “sobre-ayuda”, “sobre-esfuerzo”
Un esfuerzo que, aunque pequeño, puede
crear situaciones límites entre rentas muy bajas o enfermos con dolencias
crónicas. Un repago que es injusto ya que todo el mundo pagaría lo mismo sin
importar su nivel económico.
La opción justa si hace falta más
dinero para la seguridad social es fijarnos en los impuestos que la sufragan y
mantienen, llevando a cabo una subida de los mismos atendiendo a un modelo de
justicia fiscal que, perdonen la expresión, en España ni está ni se le espera.
Y por favor, rebelémonos contra el uso de la palabra déficit cerca siquiera de
sanidad. Jamás entenderé que salvar la vida de una persona pueda estar
cuantificado en términos económicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario