Las medidas económicas que el
Partido Popular, con su presidente Mariano Rajoy a la cabeza, está llevando a
cabo con la excusa de la crisis económica, y la promesa de una suerte de
paraíso consumista de la clase media (será algo así como un Carrefour con muchos
aparatitos y locales de comida rápida), son tremendamente graves y agresivas
para la clase trabajadora de este país. A esa afirmación no le quitaría una
coma pero, en esta ocasión, la idea es reflexionar sobre algo más general y, si
cabe, aún más grave.
Los ciudadanos pueden estar a
favor o en contra de ciertas medidas. Podríamos debatir si la gente que se
posiciona en un extremo u otro saben por qué lo hacen pero, al fin y a la
postre, lo hacen. Pero lo que entraña una gravedad tremenda es que los ciudadanos
hayamos aceptado que nuestros políticos se presenten con folios y folios de
papel mojado (solemos denominarlo programa electoral). Este “timo”
pre-electoral, que se consuma en las acciones post-electorales, se repite en
las distintas convocatorias a todos los niveles y, por desgracia, se extiende
en la noche de los tiempos democráticos. Ya lo decía Javier Krahe con su
magnífico uso del lenguaje en ¡Ay democracia! -ya me aburre decir
continuamente "eso no estaba en el programa"-
Y sigamos el último ejemplo del
truco que podríamos definir como el NADA POR AQUÍ. Ninguna de las medidas que el Partido Popular
está llevando a cabo aparecen recogidas, de manera clara, en su programa
electoral. Esto supone, en la práctica y con el lenguaje más claro que puedo
escribir sin ser faltón o soez, que están haciendo lo que les da la gana con
los votos de la gente. Como digo, esto no es nuevo y el último gobierno del
PSOE tiró su programa al poco de ganar las elecciones para comprar, como un
artículo de segunda mano, otro que vendían por Berlín. Esto quiere decir,
volviendo a la cuestión actual, que los políticos que están llevando a cabo
estas acciones no están legitimados para ello. Da igual los millones de votos
que tuvieran hace tres meses; da igual el número de señores y señoras
diputadas; da igual el porcentaje de votos alcanzado; da igual el número de
gente “bienvestida” que saludara desde el balcón la noche electoral. Lo cierto
es que si no dijiste que ibas a llevar a cabo una medida, no tienes ninguna
legitimidad política para hacerlo.
Eso puede estar más o menos claro
pero, por desgracia, los casos a los que nos estamos refiriendo son todavía
peores. El truco más malvado para con la democracia es el que me permito
denominar OTAN SÍ, OTAN NO. Significa decir que vas a llevar a cabo ciertas
acciones y no sólo no realizarlas o realizar otras no especificadas o
concretadas, sino realizar todo lo contrario. Esto se puede realizar estampando
en el programa ciertos compromisos o adquiriéndolos públicamente a través, por
ejemplo, de medios de comunicación. Podríamos destacar miles de casos de esta
calaña, como por ejemplo el No al ATC de Cospedal que fue un sí; la no subida
de impuestos que desembocó en, que curioso, una subida de impuestos; el no
abaratamiento del despido que se consagraría en la Reforma Laboral y un largo
etcétera.
Contra estas actitudes existen
diversas fórmulas explicitadas en interesantes obras sobre la democracia
representativa, directa o fórmulas mixtas de control de nuestros
políticos. A mí se me ocurren, entre que
conseguimos alcanzar nuevos escenarios en nuestro sistema –o fuera de él-
soluciones sencillas: no votes a quien te mienta.
Por supuesto, y aunque no se destaca en el texto, existen honrosas excepciones a este tipo de actuación. En ese caso se podría cambiar el final por un: vótales.
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