No, los políticos no tienen
derecho a todo. No, el dinero no está por encima de todo. No, no es legítimo ni
aceptable el rescate y no lo es porque la sociedad española no lo ha elegido.
Ese encabezado es el que debería
servirme para quitar “el tapón” de las ideas e intentar darles algún tipo de
forma. Como todo el mundo ya sabe (y me refiero a todo el planeta Tierra)
España hoy ha pedido ser rescatada, aunque con eufemismos. España hoy ha dicho
a las claras, ya veníamos de tres años viéndolo pero sin decirlo, que sus
ciudadanos no importan en absoluto. Que su opinión o sus derechos,
supuestamente amparados en esa bella palabra llamada democracia, están por
debajo de “otras cosas” relacionadas con el dinero (o la ausencia de él).
España ha elegido el camino de no decidir sobre él y no soy capaz de recordar
un momento histórico, por duro que pudiera parecer, en qué se eligiera ese
camino.
En primer lugar el cómo se llega
aquí. Terminamos en esta situación después de que los analistas, las
consultoras, los políticos, los banqueros o los gurús de las finanzas que
hicieron que la crisis de la deuda prácticamente hundiera la economía mundial,
se erigieran, con nuestro permiso, como los cabecitas que sabían cómo salir de
su laberinto. Comenzamos los recortes (sí, empezaron hace dos años sí, no ayer)
y el camino del ultraliberalismo, para la población, con esperanza de salir de
la crisis. Matizo para la población porque no les tiembla el pulso en usar el
socialismo, las intervenciones estatales, las nacionalizaciones, etc… cuando
estas cuestiones, tan alejadas de su ideología, les beneficia. El capitalismo
financiero nos puso en el disparadero y dejamos a los mismos que nos sacaran de
allí. Fíjense si esto es así que, para rizar el rizo, en España hemos terminado
poniendo de tecnócrata-ministro de economía al presidente de Lehman Brothers
España, una de las primeras entidades que quebraron al comienzo de este casi
eterno pasadizo espacio temporal. Poco que explicar del problema de la banca
española y sus tropecientos mil pisos y casas de esas que “nunca bajan”. Una
banca que, por cierto, era de las mejores del mundo, se pavoneaba el presi José
Luis mientras el PP marcaba como paradigma económico, pocos meses antes, la
Irlanda que después sería también intervenida.
Recortes y recortes ante la
atónita mirada de unos ciudadanos que “han vivido por encima de sus
posibilidades” (gran sinvergüenza el que acuñara la frase) para vernos cada vez
peor. Peores datos macroeconómicos y, lo que es mucho más grave, peores datos
microeconómicos. Todo valía para salir de la crisis. Con la llegada del PP se
pierde el quiero y no puedo pero lo hago de Zapatero para acelerar todas las “reformas”.
No importa si la educación se empobrece, no importa si algunas familias no
pueden pagar ciertas medicinas para sus hijos e hijas, no importa que los
migrantes sean considerados de segunda, no importa el medio ambiente, no
importa nada de nada porque tenemos que salir de la crisis que otros nos
crearon. Tremenda mentira porque no hay un otros entre estos enviados del
liberalismo y herederos de los “Chicago Boys” y su teoría del caos.
Programas que no solo no se
cumplen sino que se llevan a cabo medidas y acciones totalmente contrarias a
las que se dijeron. Promesas no solo incumplidas sino dadas la vuelta del
revés. Mentiras pre-electorales burdas y zafias. Tanto es así que las redes
sociales y los medios de comunicación han bromeado, en no pocas ocasiones, con
que si el gobierno decía que no haría una cosa es porque estaba a punto de ser
aprobada. Pérdida del derecho y la legitimidad a gobernar de los unos y los
otros. Pérdida de autonomía y poder de decisión del pueblo español en miles de
casos y ocasiones y se ve, por ejemplo, cuando el ministro de los cuartos se
tiene que ir a recibir la aprobación de Europa (osea Alemanía, osea los “berlín
boys”) para nuestros presupuestos que, átense los machos, no habíamos
presentado aquí.
Ahora pedimos un rescate y nos
dedicamos, desde el minuto 0, a mentir sobre él. Decimos que no es un rescate y
lo llamamos apoyo financiero. Decimos que no afectará a los españoles porque es solo para la banca
pero, en realidad, hasta el más tonto de la clase sabe que el dinero se le
presta al FROB que depende del ministerio de economía y, por lo tanto, el
Estado es el que recibe el préstamo de 100.000 millones de euros y éste lo da a
las entidades bancarias (menos mal, alguien puede estar tranquilo esta noche).
Comenta el ministro que es un chollo de plan (si quieren reír y llorar a la vez
miren la portada de La Razón de hoy domingo 10 de Junio) pero no contesta al
periodista que pregunta que, si es tan bueno, por qué no lo hemos pedido antes.
Ahora habrá que pagar ese dinero.
En principio paga la banca, pero sufriremos nosotros son las consecuencias.
El dinero prestado y los intereses afectan a la deuda pública española (deuda mucho
menor que la de otros países y casi irrisoria si quitamos la parte que
corresponde, ya a día de hoy, a la banca privada) y, por lo tanto, el esfuerzo
para cumplir los objetivos de reducción de deuda tendrán que ser titánicos.
Haciendo un símil de ideas, no sé si demagógico pero no es lo que más me
preocupe ahora mismo, hemos recortado 10.000 millones más de lo previsto en
sanidad y educación y las consecuencias serán tremendas. Ahora hay que sacar
otros 100.000 millones de euros más intereses. ¿Pagarán los bancos? Se verá.
Todo esto sin contar que en días,
si se reproduce lo visto en otros países, las agencias calificadoras (que
también merecerían un artículo entero para ellas) nos rebajarán a bono basura y
nuestra deuda será más difícil, cara, de refinanciar. Además la prima de riesgo
nunca bajó enseguida en los países intervenidos y, siendo más concretos, no ha
bajado aún lo necesario. Grecia se mueve en los 2700 puntos, casi 1000
Portugal, prácticamente 700 Irlanda y más de 450 España e Italia. Sí, no me he
vuelto loco, Italia fue intervenida en su momento de la forma más burda y la
más dolorosa para cualquier retina democrática. Quítate tú y ahora mando yo.
Golpes de Estado blandos, sin sangre. A los inversores no les gusta los países
intervenidos y, salvo que seamos la excepción, nuestro país simplemente ha
cogido el camino del suicidio económico.
Y todo este panorama sin los
ciudadanos y haciendo bueno la célebre frase “todo por el pueblo pero sin el
pueblo” (no sé si se adapta la primera parte a esta época). Los gobiernos, como
dije, creen ser legítimos por ganar unas elecciones que, por cierto, se basan
en una ley electora injusta y vergonzosa. Piensan que saben lo que hay que
hacer y lo pueden hacer porque para eso les votamos. En realidad las elecciones
son un puro trámite y, como decían en la genial “Amanece que no es poco” “hemos
ganado los de siempre”. Ganan los representantes de los grandes capitales, de
los lobbys, de los grupos de presión. Ganan los que tienen el futuro asegurado
si cumplen ciertas condiciones y perdemos los de siempre, los de abajo.
Ahora el programa electoral del
PP se ha ido al traste, sino antes. Tendrán que subir el IVA, despedir
funcionarios –cuidado algunos que dormían tranquilos por tener una plaza porque
interinos quedan cada vez menos y 100.000 millones de euros son muchos euros-
aumentar edad de jubilación –acelerando la aplicación de la subida a 67 que no
hizo este gobierno- y ya veremos si rebajar las prestaciones por desempleo y
vaya usted a saber qué más. La sanidad no la nombro porque tiemblo, se me
nublan las ideas y pierdo la poca cordura que me caracteriza.
Donde quiero llegar es que esta
decisión solo puede ser legítima (y habría que estudiarlo) con un referéndum a
la población y, si se llega a producir, la dimisión de un gobierno que se formó
en base a unas circunstancias y en torno a un compromiso con la ciudadanía (un
programa), la disolución de las cámaras (podíamos aprovechar para no volver a
abrir el Senado tal y como lo conocemos) y la convocatoria de elecciones
generales. En ese momento es donde los partidos tendrían que retratarse y
explicar sus salidas a la crisis. Las del PP y el PSOE (desaparecido en el día
de hoy) ya las sabemos. Levantemos las cartas y veamos quién está con nosotros,
los ciudadanos, y quién contra nosotros. El camino que llevamos sabemos donde nos lleva porque lo hemos visto en otros países, así que, al menos, déjennos elegir.
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