A pesar de que para algunos las razones que llevan al pueblo
griego, o a otras personas a lo largo y ancho de la vieja Europa, a decir NO a
las condiciones que el Eurogrupo quiere imponer a Grecia para ampliar sus
programas de “rescate” (el entrecomillado no es casual) no más que una pose,
una impostada posición de fuerza o dureza ante las políticas europeas que nos
gobiernan, nada más lejos de la realidad. El no se fundamenta con sobradas
razones y, fuera de Grecia, aquéllos que dijimos no a la Constitución Europea
hace ya algunos años, tenemos una base sólida sobre la que apoyar nuestra
negativa.
Esa Constitución no fue el primer indicio de lo que sucedía,
antes hubo otros tratados, como Maastricht, que dejaban claro que Europa
estábamos construyendo, pero sin duda fue un momento muy importante que, por
las circunstancias históricas y políticas del momento, así como por una actitud
de pasotismo ante la política, hoy retoma protagonismo.
¿Por qué decir no a las medidas propuestas? ¿Por qué alguien
decía no a la constitución europea que consagraba esta Europa?
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La
Constitución Europea, al igual que los sucesivos planes de rescate de
organismos como FMI, Banco Europeo, etc… lo que conocíamos como Troika, nacía sin contar con la ciudadanía, como un
acuerdo entre estados miembros. Era dar carta de naturaleza a la Europa de los
mercaderes y enterrar, tras casi dos décadas de construcción neoliberal, el
sueño de una Europa de los pueblos. La formación de la mencionada Troika, un
grupo que dirigía las economías de los países miembros, imponía normas y
elevaba sanciones sin haber sido elegido por ningún ciudadano, siguió el mismo
camino que dicha constitución.
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La
única vía posible, las únicas medidas a tomar. La imposición de una políticas
económicas incontestables, que anunciaban, en parte, el final de la historia
ideológica al alcanzar el zénit del desarrollo político-económico, habría
sufrido el freno que hoy han dado los griegos si hubiéramos sido capaces de
dejar claro antes que, como sociedad formada, evolucionada e inteligente,
sabemos que no solo hay una solución posible a los problemas, en este caso las
políticas neoliberales, sino que se pueden alcanzar distintos resultados
positivos por distintas vías, que existe margen para la negociación, el
entendimiento y para otras políticas que han sufrido, al menos, el intento de
destierro de nuestro imaginario.
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Un
no que significa sí. En mi opinión, este no a una condiciones concretas que se
ofrecían al pueblo griego no supone, en ningún caso, un no a Europa (como no lo
suponía el no a la constitución europea) pero, por supuesto, supone un voto
afirmativo a un modelo social europeo que a tantos ciudadanos atrajo.
Educación, sanidad, pensiones o seguridad en los momentos de desempleo que, con
el tiempo, ha ido quedando sometidos a la especulación económico-financiera, al
máximo beneficio, a la desigualdad social aceptada, sostenida y potenciada.
Por lo tanto, ha sido en este
caluroso julio, y no en aquel 20 de febrero, y ha sido el pueblo griego, y no
el español, el que busca con su voto recuperar la soberanía de los estados para
que la ejerzan sus ciudadanos, los ciudadanos de los países miembros y, por lo
tanto, europeos que deben ser iguales ante las normas comunitarias. Quizás
ahora, con este NO, veamos el primer rescate verdadero al pueblo griego en vez
de las sucesivas transferencias de dinero público para satisfacer las deudas (y
después las ansías de beneficio) de la banca privada de toda Europa y el mundo.
Esperemos que se entienda el mensaje de que no aceptamos la uniformidad del
discurso ni la desigualdad como mal menos o asumible. Esperemos que Europa tome
el camino de la ciudadanía, de los derechos humanos y la dignidad, para
abandonar intereses espurios que no responden a la necesidad de los pueblos.
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